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Emma Lembke, de 20 años, fundó la iniciativa Log Off tras agravarse su ansiedad social y trastornos alimentarios por el uso de plataformas. Cada vez más estudios alertan del vínculo con el deterioro emocional, sobre todo entre las jóvenes
Emma Lembke tenía 12 años cuando sus padres, finalmente, le permitieron instalarse su primera red social, Instagram, en el teléfono móvil.
En poco tiempo, “en lugar de estar jugando a policías y ladrones” dedicaba cinco o seis horas diarias a “ir pasando, sin pensar, el dedo sobre la pantalla” para ver las últimas novedades, cuántos me gusta acumulaban sus fotos y mensajes, cuántos los de sus amigos, qué había dicho quién y qué le habían contestado, junto a imágenes de gente imposiblemente bella y feliz.
Hasta que un día, a los 15 años, dijo basta: “Me sonó una alerta en el móvil y mi reacción instantánea fue tirarme a por el teléfono a mirar. Y ahí me llegó el momento de ruptura. Me pregunté ¿por qué estoy permitiendo que estas aplicaciones tengan tanto poder sobre mí?”
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